Imagina un niño huérfano, sus padres asesinados por las autodefensas en Colombia, ahora enrolado a sus 6 años en el mismo grupo terrorista…
Federico Zaá, Oficial de comunicación del Servicio Jesuita a Refugiados Latinoamérica y el Caribe (www.sjrlac.org), nos trae una crítica nota sobre la “mala vida” de los niños reclutados por la guerra.
Colombia / Sociedad – Mi tierra se llama miseria / y no conozco la palabra libertad / fui secuestrado en una guerra / torturado y preparado pa matar, de esta forma el grupo de ska español, Ska-P, habla del tema de los niños soldados. Realizar una estimación de la cantidad de niños, niñas y adolescentes que participan en los distintos conflictos armados alrededor del orbe es complicado, sin embargo distintas agencias humanitarias hablan de más 300.000 menores de 18 años vinculados a distintas conflagraciones en el mundo.___________________
En Colombia Human Rights Watch (HRW) estimaba, para el 2003, la cifra de niños soldados involucrados al conflicto armado interno era de 11.000, un estimado considerado conservador por la organización. Por su parte, Save the Children y la UNICEF hablan de 14.000 y otras organizaciones colocan el número en 16.000, estas aproximaciones son del 2004. Si se toma en cuenta que las condiciones de pobreza, exclusión y falta de oportunidades no han cambiado radicalmente ese número debería ser mayor e ir en aumento.
En efecto, para la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Colombia, "49,7 % de la población vive en la pobreza (…) La pobreza rural asciende a 68,2%". En el informe Infancia al límite, citando cifras de la Contraloría General de la República "el 24 % de la población bajo la línea de pobreza es menor de 10 años, 13,5% de los menores de cinco años padecen desnutrición crónica, y entre otros factores, el 18,3% no tiene acceso al sistema educativo". Un panorama que no ofrece posibilidades para la esperanza.
En el informe de HRW Aprenderás a no llorar "la mayoría de los niños proceden de entornos que presentan altos niveles de empobrecimiento, donde carecen de cualquier oportunidad de educación, progreso personal o estatus social". En el citado informe se relativiza la voluntariedad del ingreso al grupo armado y se entiende más como una vía de escape ante un futuro nada promisorio.
Por su parte, una profesora de una escuela rural en San Pablo, departamento de Bolívar, afirmaba "El mayor reto que enfrentamos como docentes dentro de estos contextos es mostrarles que allá afuera existe un mundo de posibilidades, es importante enseñarles a soñar y que no se queden encerrados en lo que ven". Cumplir esa meta es vital para detener la vinculación de niños, niñas y adolescentes al conflicto armado en Colombia y en cualquier parte del mundo.
Pero, ¿cómo revertir una situación estructural y la cual no cuenta con una respuesta firme por parte del Estado? Una manera de atender la situación es ofreciendo alternativas ante el panorama tan desolador que presenta la falta de posibilidades. Una de esas alternativas es la educación.
En Venezuela, el Servicio Jesuita a Refugiados desarrolla un proyecto preventivo que "busca generar espacios que fomenten la sana convivencia con actividades recreativo-formativas dirigidas a niños, niñas y adolescentes que no tienen esta posibilidad en sus comunidades".
La psicóloga del SJR Venezuela agrega: "La finalidad de los talleres es fomentar un cambio social", basado en el respeto de las diferencias y como los procesos vitales son enriquecidos por la variedad de opiniones y pareceres que se pueden encontrar en una comunidad. La psicóloga puntualiza: "La violencia se encuentra muy arraigada en la cultura de las zonas fronterizas y lograr cambiar estos paradigmas siempre resulta lento". Sin embargo, ese es el gran objetivo de estas iniciativas.
En el epicentro de la problemática, Colombia, el SJR también maneja el área de prevención la cual incluye: formación en DD.HH., proyectos de emprendimiento económico, talleres psico-sociales y desarrollo artístico.
Por citar un ejemplo, en Barrancabermeja se vienen realizando talleres de construcción para la paz a través de la danza, los cuales tienen como objetivo trabajar en la resolución de conflictos tanto en lo teórico como en lo práctico, como lo expresa el proyecto, lograr que los jóvenes acepten el conflicto como parte de la vida cotidiana como punto de partida para fomentar los valores de aceptación, consenso y respeto por las diferencias. Además, impulsar "la posición constructiva aun en situaciones de conflicto".
Uno de los facilitadores expresó: "el objetivo principal es el de promover el desarrollo socio cultural a través de expresiones artísticas en un espacio creativo que ofrezca posibilidades ante la droga, delincuencia y prostitución. Ha sido un efectiva contra propuesta a la violencia, el mensaje es que la cultura también te puede hacer destacar y no es necesario cargar un arma para obtener respeto".
Otra integrante del equipo de facilitadotes, agregó: "muchos de estos jóvenes no tenían aspiraciones, no tenían sueños, no creían en un proyecto de vida y menos en un más allá mejor de lo que les podía brindar la comunidad. Ayudamos a estos muchachos a tener una mente abierta a un futuro mejor, que estudiaran y que creyeran en sus propios sueños, que proyectaran, que se organizaran; gracias a esto muchos han visto opciones frente a los valores de la violencia".
En 1968 los estudiantes que participaron en el mayo francés gritaron que para ser realistas había que pedir lo imposible. Miles de niños, niñas y adolescentes en Colombia, y en otras partes del mundo, exigen que trabajemos por lograr eso que parece imposible: erradicar la infamia del reclutamiento infantil.
Y, el 26 de enero, un incipiente eco para lograr esta misión se dio en el estreno de la Corte Penal Internacional (CPI) en La Haya con el juicio que se le abrió a Thomas Lubanga, ex líder congoleño, acusado de crímenes de lesa a la humanidad, entre ellos, el reclutamiento de niños, niñas y adolescentes. Todas las personas que trabajan en DD.HH. esperan que el juicio sea un claro mensaje para aquellos que destruyen los sueños y aspiraciones de los más pequeños.
Federico Zaá. Oficial de comunicación, Servicio Jesuitas a Refugiados Latinoamérica y el Caribe www.sjrlac.org
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