lunes, 16 de marzo de 2009

DE 300 EDUCADORES SOLO QUEDAN 25

Niños de la calle reciben poca atención del Estado

La cicatriz que lleva en su brazo no combina con su ropa ceñida, su vincha rosada, ni con su expresión de niña que se ha tomado demasiado en serio el arriesgado juego de crecer. Parece ansiosa porque Juan Carlos Zulueta, el especialista del programa de educadores de la calle del Inabif, al que acompañamos, le dé un recado a una conocida. ¿Por qué María está acá junto a una chica de 14 y otra, de 18, con tres años en la calle, a la que un nuevo embarazo no le impide salir a esperar clientes? ¿Por qué está acá de noche, al borde de la avenida Grau? “Mi papá me dijo que me mantuviera sola, que ya tenía 16 años”, cuenta.

Nos han dicho en el Inabif que en la calle se ven más niñas que niños. Debe ser, pero esta noche, que hemos salido a recorrer el Centro, no nos resulta evidente. Es difícil tener certezas cuando nadie maneja cifras precisas sobre los menores que han dejado sus casas y rechazan la seguridad de un albergue. Ni el Instituto Nacional de Estadística e Informática, ni el Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social (Mimdes) ni la Municipalidad de Lima. Tampoco una entidad especializada como Acción por los Niños.

Hasta el 2004, más de un centenar de ellos asustaban a la ciudad inhalando terokal en la orilla del río Rímac, bajo la alameda Chabuca Granda. Hoy ya no se les permite ingresar allí. Hay que saber dónde encontrarlos en el Centro. A veces aparecen en el Jirón de la Unión o caminan a lo largo de la avenida Tacna, nos dicen los policías. Los viernes por la noche muchos se reúnen entre los jirones Apurímac y Azángaro, al pie de una vieja iglesia, para que grupos religiosos y las ONG los hagan cantar y les lleven de comer en una alegre tradición bautizada como “la leche”.

SE ALQUILAN CAMAS

Juan Carlos nos guía al cruce de las avenidas Abancay y Grau, un territorio apodado “la piedra”. Hay dos policías, así que los muchachos se han agrupado a la vuelta: un niño de 10 años, sucio y con una bolsa de terokal que intenta esconder; un puñado de adolescentes con un “look” prestado de algún video de reggaetón; algunos con charangos porque son “mangueros”: se ganan la vida cantando en los micros.

¿Dónde duermen?, les preguntamos. En cuartos alquilados no lejos de allí. En jirón Contumazá. Por Azángaro. Por Lampa. Es raro que los menores en situación de calle —ese es el término técnico— pasen la noche a la intemperie. En el jirón Sandia, a un paso del Parque Universitario, quedan varios callejones en los que se rentan camas a tres soles la noche, sitios tristes con televisor y camarotes de tres pisos.

DIFICULTADES

Juan Carlos, profesor de educación física, es uno de los 25 educadores de calle con los que cuenta el Inabif para todo el Perú. Su trabajo consiste en abordar a los menores en riesgo en su propio ambiente y ayudarlos a vivir mejor sin forzarlos a internarse, según explica Ernesto Gálmez, responsable del programa de educadores creado en 1993. Pero hace cuatro años que ya no atiende a los menores que han dejado sus familias y se ha concentrado en aquellos que trabajan. Los dos locales que tenían para ofrecerles alimento y orientación durante el día no existen más. Están lejos los tiempos en que el programa manejó unos 300 educadores de calle.

Mientras el equipo de Gálmez elabora un plan para volver a trabajar con los menores que crecen solos, la Municipalidad de Lima confía en que se amplíe el alcance de su programa Chiko’s Ecológicos. Este incluye también educadores de calle (unos seis) y un centro abierto para acoger a los muchachos. Pero a eso le añade reglas, algo difícil con jóvenes “adictos a la libertad”, para usar una expresión de Edith Matías, gerenta de asuntos sociales de la comuna limeña. Nadie se sienta a la mesa si no se da un baño primero. No se puede acceder a un empleo como jardinero —eso es lo que ofrece el proyecto— si no se abandona la calle.

Matías dice que faltan más empresas dispuestas a abrirles las puertas a estos chicos. Y Lourdes Febres, especialista de Acción por los Niños, advierte que el Estado no ha hecho de la protección de la infancia una preocupación de fondo. Los distintos esfuerzos deberían estar articulados bajo el liderazgo del Mimdes y ello no ocurre, agrega.

Pero al conocer a Bernabé, de 17 años, entendemos que hay esperanza. Él empezó a vender caramelos a los 8 años, en Villa María del Triunfo, luego de que murió su padre, y acabó durmiendo en la puerta de un cine porno. Tras asistir a las actividades de una ONG, ingresó a Chiko’s Ecológicos. Hoy se le nota orgulloso de haber vuelto a su casa, de las cuatro horas que trabaja en un vivero municipal y de sus estudios para convertirse en cocinero.

LA CIFRA
2 de cada tres niños son pobres en el Perú, según un estudio de Unicef del año 2004.


Gracias a EL COMERCIO – PERÚ

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1 comentario:

  1. Estamos en un país que es madrastra de sus hijos, ya sean estos niños (as), adolescentes, jóvenes, adultos o ancianos (as). Como dice una canción de franco de Vita, no es suficiente llevarlos al colegio. Lamentablemente nuestras esferas políticas han llegado a pensar que hacer leyes es suficiente, que la constitución es el brazo largo de la ley. Pero, cuando se entenderá que hablar de política y políticas es otra cosa. He escuchado mucho sobre la inversión social, pero ha estas alturas de la vida estoy confundido, ¿tendrá que ver con el programa JUNTOS?, ¿tendrá que ver con las brigadas del ejército que reparten bolsitas de víveres?, ya no sé, mientras tanto, allá afuera cuando se cree que alguién pide un pan, en ealidad pide educación, cuando nos parece que alguién pide limosna, en realidad pide trabajo y cuando percibimos que un niño necesita abrigo en realidad necesita un buen padre.

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