miércoles, 21 de octubre de 2009

Bisnes son Bisnes... con P mayor


De Rafo León, el 18/Oct/2009 10:03pm en Caretas

Cuanta ingenuidad... la nuestra...

Leamos...


Sesentón y sigo idiota. No lo creí cuando hace unos años me lo contó una amiga, abogadísima de empresas súper poderosas. Después se lo creí un poco más porque había ocurrido en tiempos de Montesinos, donde todo estaba permitido (y ahora ya no, je). El estudio de abogados al que pertenece mi amiga había contratado a un apuesto muchacho y se lo había ofrecido, gratén, como chofer a la juez encargada de dictar sentencia en el caso de una minera que era su cliente principal. La tarea para el joven iba más allá de manejarle el auto a la magistrada: tenía que seducirla, de a pocos pero sin demorarse, sin prisa pero sin pausa porque no hay plazo que no se cumpla. Y ocurrió: el chico se tiró a la vieja y cobró, la vieja falló a favor de la minera, el estudio de abogados pasó por caja, y comida hecha amistad desecha: la vieja se quedó sin chofer ni monterrico.
Por esos tiempos tocó el CADE en Ica y otra amiga me narró, con la risa bailándole en los ojos, cómo terminó la conversación que estaba teniendo en el bar del Mossone con una guapísima financista peruana de nivel cosmos. Dos whiskys dobles, la regia miró el reloj y se despidió: “Tengo que ir a tirarme al huevón de industrias, no sé de dónde voy a sacar estómago”. Pero lo sacó y sacó bien, según nos enteramos después. Aún así me costaba creerlo, será porque mi formación cristiana ha sellado en lo más profundo de mi moral personal la certeza de que las putas son las que trabajan en los burdeles y casas de masajes, mientras que las mujeres de negocios no son putas. O que los fletes paran en el Parque Kennedy y no trabajan como choferes de jueces. Sabe Dios. Lo cierto es que la historia de César Gutiérrez, el ex presidente de Petro, con la señora rubia representante de la petrolera noruega que ganó la buena pro de los cinco lotes del escándalo, me tiene alucinado. Dicen los mexicanos que dos tetas halan más que dos carretas. En Pacasmayo lo aseguraban con menos elegancia: “un pelo de la chucha jala más que una carreta de bueyes”. Don Gutiérrez, experto consultor independiente en temas energéticos, tenía su pareja y su familia bastante bien constituida, digamos. Hasta que le dieron el cargo en Petro y por ahí saltó la licitación de los lotes petroleros. Rómulo León y Don Bieto la tenían clarísima: había que sacar a Petrobras de la competencia y asegurarse el faenón. Gutiérrez era el hombre. Y la señora rubia, la mujer. La traductora. La que un día lo invitó a almorzar, después a un trago y zuacatán: jalaron más que dos carretas. Martha Silva, la ex pareja de Gutiérrez, apareció en los medios diciéndolo todo. Gutiérrez, desde NY, por supuesto que habló de despecho a la mañana siguiente. El chato tenía su gracia. Hoy que escribo esto, se especula que estaría pidiendo asilo en Venezuela ante la posibilidad de que le den arresto. Estoy leyendo un buen libro: “Guía secreta, barrios rojos y casas de prostitución en la historia de Lima”, de un arquitecto talentoso llamado Roberto Prieto Sánchez. En diversos momentos de la narración se consigna documentación en la que se clasifica a las prostitutas, sea en el siglo XVII o a inicios del XX, con la finalidad de controlarlas, excluirlas, hacerles chequeos médicos. Lo común a tres siglos o más es la existencia de las putas de prostíbulo, las de la calle, las de casa de citas y las de alto vuelo, esas que eligen con quién se acuestan y no negocian, cobran. Estoy tratando de ver en qué categoría entrarían estas señoras yuppies que donde ponen el ojo ponen la bala. Quizás en la cuarta categoría, aunque leyendo el texto de Prieto parecería que en el caso de esas horizontales de otros tiempos, había un pellizquito de placer, de autonomía, de goce en el hecho de tener a un hombre a sus pies. Misma Lola – Lola por Marlene Dietrich en El ángel azul. El caso del chofer es distinto: él puteó con la vieja por encargo de mi amiga, fue más instrumental aunque para el caso sigue valiendo pues se trata de sexo y negocio.
Lo cierto es que, sesentón y sigo incauto, me cuesta pensar que una traductora o una financista o una lobista, se embarquen con alguien a cambio de un beneficio económico. O que mi amiga contrate al chofer para que seduzca a la juez a a favor de una sentencia. De pronto no le doy al sexo la importancia que tiene para otros. O al dinero, no lo sé. Pero es que hay que verla en las fotos a la traductora rubia, tan profesional, tan en su sitio. Y yo, tan lleno de prejuicios.

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