lunes, 4 de enero de 2010

Y la vida verdadera no suele conocer de caminos prefijados Miguel Cruzado y ENCUENTROS, Casa de la Juventud

Les dejamos dos fotos y un Testimonio de Miguel Cruzado, como miembro iniciador de ENCUENTROS, Casa de la Juventud.

sin lugar a dudas líneas que nos retratan y nos retan en nuestra labor y en nuestras utopías, aquellas que nos movilizan y son la razón de ser más profunda de nuestra historia, a partis de las cuales salimos al encuentro de nosotros mismos, del otro del mundo, de la naturaleza...





____Mi primer apoyo en una acción de Encuentros fue una "visita" al Equipo de Pastoral Universitaria de Huancayo. Hacía poco, Sendero Luminoso había asesinado a Coco Serrón, el coordinador del Equipo, y distintos grupos de iglesia viajaban a Huancayo a acompañar a los muchachos en el difícil momento que vivían.
Ese fin de semana en Huancayo cambió mi manera de ver mi vida como laico y profesional…

…Allí descubrí que era posible analizar y jugar, pensar y llorar, planificar y celebrar. Descubrí además que no sólo era posible, sino que era ése el mejor modo de caminar y trabajar, el modo más humano y "juvenil" de crecer. Y que para eso no había que hace r magia ni recurrir a técnicas psicoespiriruales raras: se trataba sólo de estar con todo lo que somos, de compartir lo que tenemos, de saber escuchar y devolvernos mutuamente lo que vemos. Al final del encuentro los muchachos nos agradecían, pero sentí que era yo quien debía agradecer lo vivido.

A partir de entonces empecé a vivir un largo proceso personal de integrar las distintas dimensiones de mi vida. Las mismas que había aprendido, con orgullo, a distinguir y separa r: lo académico, lo político, lo afectivo, lo espiritual. Que no se mezcle la fe con la ciencia o los afectos y la belleza con la política. Una cosa era la comunidad y otra el grupo de estudios. Una la estrategia y otra la esperanza. Una trabajar y otra celebrar. Para evitar confusiones y cuidar la calidad de cada dimensión había aprendido a fragmentar. Es ése el modo moderno de vivir y era - sigo siéndolo a veces – un buen alumno de él…

Crecí bebiendo escepticismo y pesimismo. En la sociología desconcertada con tantos cambios en la guerra que parecía cercenamos casi roda la belleza posible, con la economía quebrada que nos negaba un futuro pensable, con la política vacía de las mentiras. Me acostumbré a suspicacias, a relativizar desconfiar. Pero en estos años en "Encuentros" , acompañando grupos de jóvenes de todo el país, que buscaban y formulaban sentidos, que elaboraban propuestas, y que a pesar de todo podían soñar y apostar por sus sueños, empecé a recuperar la confianza en las posibilidades de nuestras fuerzas y nuestra fe.

Esta última fue otra de las vivencias fundantes de mi vida de aquél tiempo en " Encuentro s": la experiencia certera de que la Confianza no debilita nuestra búsqueda de lo verdadero sino que es el único modo de hacerla posible. El punto de partida de todas nuestras acciones educativas era confiar en que la vida y el sentido se abrirían siempre paso, porque ya estaban presentes en ellos, en nosotros, y más allá de ellos y nosotros.

Y la vida verdadera no suele conocer de caminos prefijados. Salíamos a cada taller con el mismo material adaptado para el lugar concreto, pero sin saber lo que sucedería en él, y regresábamos siempre a contar los cambios que debió sufrir el esquema ante los nuevos rumbos que tomó ese mismo grupo y esas mismas personas que tanto conocíamos.

Al principio me costaba este apoyarme en la confianza y aceptar la evidencia de que lo que estaba sucediendo en aquel taller o retiro o trabajo de campo, no había sido previsto, y por tanto era preciso quedarse hasta las dos de la mañana para proponer a los participantes nuevos modos de trabajar los sorprendentes hallazgos del día. A veces sobre la marcha y sin tiempo para escribirlo. A veces sólo por cuestiones tan concretas como encontrarse con doscientos jóvenes en una acción programada para cuarenta.

Creo que tardé un poco en hacerlo sentido común para mí, pero desde aquél primer taller en Huancayo ya pude entrever que no era el gesto adusto, del escepticismo académico y la desconfianza humana, los que ayudarían a caminar con seguridad, sino el ambiente fresco de la razón amorosa y el corazón expuesto.
Fue una gran época de mi vida, sin ella no me entendería ahora. Y mis amigos de "Encuentros" lo saben porque me vieron llegar y me ven ahora, ocasionalmente estar.

(Tomado de ENCUENTROS, Casa de la Juventud. 5 años de experiencia educativa 1992 – 1997 pp. 22-24)

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