miércoles, 15 de diciembre de 2010

Carta de Despedida de Kelly Caballon… nos encontramos en el camino…

Queridos amigos:

Me dirijo a ustedes en esta ocasión para despedirme y agradecerles su comprensión y apoyo durante el tiempo que permanecí en esta casa, por darme la oportunidad de compartir muchas experiencias, de haber conocido un poco de la tremenda obra social que realizan ustedes por su prójimo, pocos son los que aportan su tiempo para mejorar la calidad de vida de los adolescentes. Sigan en estos caminos no pierdan su esencia natural, su calidad humana, que forma parte de su vida. Recuerden siempre hagan las cosas de CORAZÓN!! Lo cual se refleja en su interior.

Fue triste tomar la decisión de partir, pero a todos nos llega el momento de decir adiós. ¡GRACIAS! otra vez porque recibí y compartí pequeños y grandes conocimientos con todos quienes en mi entorno siempre estuvieron para ayudarme, me llevo todo lo bueno de cada uno de ustedes, lo cual me ayudara a recordarlos.

Agradezco a DIOS por haber ganado, tantos amigos a los que deseo una feliz navidad con sus familias que DIOS los bendiga por siempre.

SE ME CUIDAN MUCHO, QUERIDOS AMIGOS!!!!!!!!!

KELLY

martes, 14 de diciembre de 2010

Una promesa de amor

“No temas, que yo te he elegido. Te he llamado por tu nombre y eres mío. Si pasas por las aguas estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán…” (Is 43)

Esto casi parece el título de un culebrón o de una novela romántica. Pero no lo es. Es más universal, más hondo, más real. El Adviento es el tiempo en que Dios nos promete que su amor no descansa. Por cada uno de nosotros.
Que salvará distancias infinitas. Que se hará pequeño para encontrarnos. Que vendrá a nuestras vidas. Que creerá en cada uno de nosotros, conociendo nuestra verdad profunda. Y que nos saldrá al encuentro en caminos inesperados. Y esa promesa vale un mundo.

Gracias www.pastoralsj.com

La alegría de ser «buena noticia para los pobres»

Is 35,1-6a.10: Dios viene en persona y los salvará
Salmo 145: Ven, Señor, a salvarnos.
Sant 5,7-10: Manténganse firmes, porque la venida del Señor está cerca
Mt 11,2-11: Juan envió a preguntarle: ¿eres tú el que ha de venir?

La primera y la segunda lectura de hoy, del profeta Isaías y del apóstol Santiago, coinciden en el mensaje: merece la pena esperar, hay que esperar, debemos esperar, porque viene nuestro Dios, él mismo viene en persona, y trae el desquite... Hay que tener paciencia, porque es inminente su llegada, ya está a la puerta...

No dudamos de que esta forma de plantear la esperanza, de vivirla y de transmitirla, ha sido útil y muy eficaz para muchas generaciones anteriores a nosotros, pero tampoco dudamos de que hoy día, ese planteamiento pudiera no servir ya.

Este motivo aducido clásicamente para fundamentar la esperanza, de que Alguien viene, alguien va a irrumpir apocalípticamente en nuestra vida, incluso con inminencia, y de que nuestra esperanza consista en «esperar» (de espera, no de esperanza) su llegada... no resulta hoy ya plausible. Ese esquema conceptual según el cual Dios ha anunciado que vuelve, en una segunda venida que sellará el final del mundo, y que nosotros estamos en un tiempo intermedio, incierto y amenazado por la espada colgante (de Damocles) de esa sorpresa que llegará como la visita del ladrón, ha sido una imagen poderosa, que ha cautivado la atención de muchas generaciones, pero que hoy empieza ya a no funcionar.

Aquellas generaciones tenían una comprensión del mundo fundamentalmente religiosa, inserta en las coordenadas de la descripción del mundo que las mismas religiones habían elaborado: un mundo que consistía esencialmente en un «plan de Dios» para poner una prueba al ser humano y llevarlo a otra vida, mejor o peor según mereciera premio o castigo. Dentro de ese «pequeño mundo», dentro de esa cosmovisión religiosista que ocupó por milenios el imaginario de nuestros mayores, funcionaba el hablar de una segunda venida, de la prueba que Dios nos pone, de la amenaza que supone la posible sorpresa del Dios que viene e irrumpe en el mundo para finalizarlo e inaugurar otro eón, el de los premios y castigos. Este imaginario religioso (tradicional, antiquísimo, milenario...) está agotándose, desapareciendo con las generaciones mayores, desvaneciéndose y perdiendo vivacidad yplausibilidad en las generaciones medias, y siendo rechazada en las generaciones jóvenes, en las que no logra ya implantarse.

En el nuevo imaginario o cosmovisión que muchos estamos adquiriendo, fundamentado en la nueva imagen que la cosmología y el conjunto actual de las ciencias nos ofrecen, ya no cabe concebir la realidad tan «antropocéntricamente» como para pensar que todo consiste y todo se reduce a «un plan que Dios ha hecho para probar al ser humano». Al ser humano actual no le resulta ya plausible una espiritualidad que le dice que él es el centro del cosmos, y que este cosmos «ha sido creado simplemente para servir de escenario al drama humano de su salvación ultraterrena»... Y no le resulta plausible tampoco que el misterio tan respetable del más allá sea asociado con, y puesto al servicio de la amenaza de castigos ni de la promesa de premios...

¿Es posible ser cristiano sin tener que adoptar estas imágenes que hoy sentimos como no incorporables a nuestra cosmovisión? Sí, lo es, al costo de purificar nuestra esperanza -y, más ampliamente, nuestra cosmovisión global- de aquellas imágenes propias de un tiempo que ya no es el nuestro.

En realidad, lo que importa es el contenido profundo, la experiencia espiritual, la dimensión de esperanza (en este caso), no el soporte de categorías, esquemas mentales, cosmovisiones apocalípticas o esquemas de concepción del tiempo de los que echaron mano nuestros antepasados. El cristianismo, a lo largo de s historia, ya ha abandonado muchas imágenes que en su tiempo fueron comunes, que luego se oscurecieron, y que finalmente nos resultaron inaceptables (de algunas de las cuales hoy incluso nos avergonzamos). En los últimos tiempos, el predominio del pensamiento estático, el supuesto de la ahistoricidad y la negación del carácter evolutivo de todo, nos ha querido hacer pensar que no podemos cambiar nada, que debemos creer a la letra lo que expresaron nuestros mayores, sin remontarnos a revivir su misma experiencia profunda pero con libertad y creatividad, y que nada puede ser innovado. Pero la misma historia está ahí para demostrar lo contrario a quien sepa y quiera verlo. Y también está ahí el presente: son muchos ya, de hecho, los cristianos/as que «creen de otra manera».

El evangelio de Mateo nos presenta la llamada «prueba mesiánica». Juan el Bautista desde la cárcel manda emisarios para preguntarle a Jesús si es él el esperado o si deben esperar a otro. Jesús no responde con algunas pruebas teologicas, ni con citas bíblicas apologéticas, o con algunos dogmas o doctrinas, sino que se remite y remite a los consultantes a los puros hechos, que pueden ser «vistos y oídos»: «los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios... y a los pobres se les anuncia el Evangelio, la Buena Noticia». Estos «hechos», estas buenas noticias, son la prueba de identidad del Mesías. Y serán, tienen que ser, la prueba de identidad de quienes sigan al Mesías, al Xristós, o sea, los «cristianos». Sólo si nuestra vida produce esos mismos hechos, sólo si somos «buena noticia para los pobres», sólo entonces estaremos siendo seguidores de aquel Mesías, del Xristós, o sea, «cristianos».

No olvidamos que hoy es la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, tan latinoamericana, y mexicanísima. Buena ocasión para leer algo de lo mucho que ha sido escrito sobre ese «mensaje guadalupano» que, todavía hoy, sigue cautivando a los expertos.

Gracias a Servicios Koinonía: http://www.servicioskoinonia.org/biblico/101212.htm

jueves, 9 de diciembre de 2010

Celebremos el 17 de Diciembre JUNTOS…

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ENCUENTROS… di lo que haces de otra forma

La ONG Minkando, una ONG conformada por jóvenes voluntarios comprometidos con el desarrollo personal y social de los niños y jóvenes del Perú, organiza este 14 de diciembre una muestra colectiva de fotografía en la que varios fotógrafos jóvenes del medio ayudarán a explicar por medio de sus obras qué es lo que esta ONG está haciendo por los niños del país. Mira AQUI en qué consiste la muestra.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Estamos comprometidos con la Utopía de las escrituras: “Amor – Justicia”

El Evangelio de la Semana

Domingo 5 de diciembre de 2010
Is 11,1-10: Juzgará a los pobres con justicia
Salmo 71: Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.
Rom 15,4-9: Cristo salva a todos los hombres
Mt 3,1-12: Arrepiéntanse, que está cerca el reino de los cielos

La primera lectura, de Isaías, es uno de esos varios preciosos textos de Isaías, y de los profetas bíblicos en general, que nos «describen» la utopía bíblica. Por definición, la u-topía «no tiene lugar», no se la puede encontrar, todavía no se ha concretado en ningún sitio, no existe... y en ese sentido tampoco se puede describir cómo es. Pero si hablamos de la utopía -y si incluso soñamos con ella- es porque sí tiene alguna forma de existencia. No existe concretamente... «todavía». Como decía Ernst Bloch, no sólo existe lo que es, sino lo que no-es-todavía (el “noch nicht Sein”). No es, pero puede ser, quiere ser, y como podemos comprobar de tantas maneras, lucha por llegar a ser.

El pensamiento utópico, es un componente esencial del judeocristianismo. No lo es de otras religiones, incluidas las grandes religiones. No hay sólo un tipo de religiosidad. Podemos encontrar varias corrientes en las religiones (neolíticas, de los últimos cinco mil años). Unas experimentan lo sagrado sobre todo en la conciencia (el pensamiento silencioso, la experiencia de la iluminación, de la no dualidad...), otras lo experimentan en la naturaleza, en la experiencia cósmica... Las religiones abrahámicas, por su parte, experimentan lo sagrado en la historia, a través del llamado de una Utopía de Amor-Justicia.

Es el ADN de nuestra religión. Todo lo demás (doctrina, moral, liturgia, institución eclesiástica...) se suma, reviste, completa... pero la esencia de la religiosidad abrahámica es esa fuerza de la experiencia espiritual mediante el llamado de la Utopía del Amor-Justicia. Que, por ser “amor-justicia”, obviamente, siempre estará de parte de los pobres, de los “injusticiados”, en cualquier nivel o tipo de injusticia (económica, cultural, racial, de género...).

Los profetas, Isaías en el caso de lalectura de hoy, «describe» la Utopía, o «cuenta el sueño» que le anima: un mundo amorizado, fraterno, sin injusticia, sin injusticiados, en armonía incluso con la naturaleza... La Utopía fue tomando en Israel el nombre de «reinado de Dios»: cuando Dios reina el mundo se transforma, la injusticia se convierte en justicia, el pecado en perdón, el odio en amor... las relaciones humanas descompuestas se recomponen en una red de amor y solidaridad. El conocido estribillo del canto del salmo 71 (el de la liturgia de este domingo) lo dice magistralmente: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor». Donde Dios está presente y «reina», es decir, donde se hacen las cosas «como Dios manda», allí hay Vida, Verdad, Justicia, Paz, Gracia y Amor. Por eso hay que clamar con el estribillo cantado de ese salmo: «Venga a nosotros tu Reino, Señor». No hay sueño ni utopía más grande, aunque esté tan lejana.

El adviento es, por antonomasia, el tiempo litúrgico de la esperanza. Y la esperanza es la «virtud» (la virtus, la fuerza) de la Utopía, la fuerza que la Utopía provoca, crea en nosotros para esperar contra toda esperanza. Adviento es por eso un tiempo adecuado para reflexionar sobre esta dimensión utópica esencial del cristianismo, y un tiempo para examinar si con el paso del tiempo nuestro cristianismo tal vez olvidó su esencia, tal vez arrincónó tanto la utopía como la esperanza.

El evangelio de Mateo nos presenta a Juan Bautista pidiendo a sus coetáneos la conversión, «porque el reinado de Dios [“de los cielos” dirá Mateo con un pudor reverencial judío] está cerca». En aquellos tiempos de mentalidad apocalíptica, la propensión a imaginar futuras irrupciones del cielo o del infierno servía para mover a las masas. Hoy, con una visión radicalmente distinta sobre la plausibilidad de tales expectativas apocalípticas, la argumentación de Juan Bautista ya no sirve, resulta increíble para la mayor parte de nuestros contemporáneos. No es que hayamos de cambiar (que hayamos de convertirnos) «porque el reino de Dios está cerca», sino exactamente al revés: el Reino de Dios puede estar cerca porque (y en la medida en que) decidimos cambiar nosotros (nos convirtimos) y con ello cambiamos este mundo... Ya no estamos en tiempos de apocalipsis (una irrupción venida de fuera y de arriba), sino de praxis histórica (una transformación venida de abajo y de dentro). El reinado de Dios -la Utopía -por decirlo con un lenguaje más amplio- no es ni puede ser objeto de «espera» (algo que sucederá al margen de nosotros), sino de «esperanza» (la desinencia «anza» expresa ese matiz de actividad endógena), es decir, de esa actitud que consiste en «desear provocando», desear ardientemente una realidad todavía «u-tópica», tratando de hacerla «tópica», presente en el «topos», en el lugar, aquí y ahora, en la Tierra presente, no en el cielo futuro.

Insistimos: otras religiosidades discurren por otra experiencia de lo sagrado -y ello no es malo, es muy bueno, y es muestra de la pluriformidad de la religiosidad-, pero la vivencia espiritual específicamente cristiana es esta esperanza activa histórico-utópica. En este Adviento podríamos hacer de esto una materia de reflexión y examen.

Por cierto, la segunda lectura, de la carta a los romanos, coincide curiosamente con este mismo enfoque esencial: «Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza»... Mantener la «esperanza», mantener esa tensión de compromiso histórico-utópico es el objetivo de las Escrituras (por cierto, «de todas las Escrituras», no sólo de la Biblia...). Es decir: las Escrituras fueron escritas para eso. No para fines piadosos, para fines estrictamente transcendentes o sobrenaturales... sino «para mantenernos en la esperanza», por tanto, para comprmeternos en la historia, para encontrar lo divino en lo humano, el Futuro absoluto en el futuro histórico. Cualquier utilización bíblica que nos encierre en la misma Bíblia, nos separe de la vida o nos haga olvidar el compromiso histórico de construir apasionadamente la Utopía en esta tierra, será un uso malversado -o incluso perverso- de la Biblia.

Para la revisión de vida
- ¿Soy persona de Utopía? ¿Vibro por ella? ¿Puedo decir que mi vida es un «vivir y luchar por la Causa (Utopía) que Jesús nos comunicó? ¿He llegado a descubrir y vivir el cristianismo como «militancia» histórica, como construcción de un Mundo Nuevo?
Juan es la antítesis de la sociedad de su tiempo; es decir, no se amoldó cómodamente a las maneras de ser y de pensar de sus contemporáneos. ¿Cómo me comporto yo en el ambiente en que vivo? ¿Hay algo de anuncio-denuncia en mi manera de ser y de transmitir el mensaje?

jueves, 2 de diciembre de 2010

¿Qué celebramos el 25 de diciembre?

El Evangelio de la Semana

Domingo 28 de Noviembre de 2010

Mateo 24,37-44

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre:

Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.

Por lo tanto, estén en vela, porque no saben el en qué día vendrá su Señor.

Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.

Por eso, estén también ustedes preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre.

¿Qué celebramos el 25 de diciembre?

Al Dios que llega como regalo de salvación en la frágil envoltura humana de un niño que nace en la pobreza, en un recipiente utilizado para dar de comer al ganado.

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